—¿No te parecen un poco juveniles
para tu edad? —provocaba yo a papá señalando sus botas mientras paleábamos
nieve.
—Las elegí rojas para que hagan juego
con tu bufanda amarilla —retrucaba él. Conversaciones como esa, o el
invernadero donde pretendimos cultivar plantas que jamás prosperaron más otras insensateces condenadas al fracaso, fueron las absurdas distracciones con
las que disimulábamos. Ante nosotros mismos disimulábamos. Nuestras discusiones
de mentira, nuestros proyectos disparatados, nuestros viajes imaginarios,
nuestras utopías, todo para que el otro sobreviviese. La muerte nos había
ganado una partida, que se conformara con esa.