Cuando Dios despertó, después de
una larga siesta, supuso que los dinosaurios no estaban allí. Pronto
descubrió que sí estaban, sin embargo su aspecto los volvía
irreconocibles. Ahora eran pequeños, tenían la piel cubierta de plumas y la
mayoría de ellos volaba. Puesto que Adán aún no existía, fue Él quien nombró
ángeles a estos seres.
Muchos años después, frente a Su
mirada divertida, alguno de los hijos de Adán había de escribir acerca de
mensajeros celestiales que, además de estar dotados de aspecto humano, tendrían
alas, muy al estilo de estos modernos dinosaurios.