Recordé el sueño no más despertar. Calles rojas, de un rojo tan espeso
que me hizo pensar en sangre, calles como ríos de sangre. No, ríos no. Los ríos
corren y ese color permanecía sin animación alguna, estancado. Revivía en mi
memoria esas calles como piletones de sangre, cuando de pronto recordé el
árbol. Un árbol de invierno, sólo tronco y ramas, todo él vestido con el mismo
color de la calle a cuyo lado estaba. Esa minucia cambió mi percepción. No me
preocupan los gatos negros ni el número trece, tampoco una escalera abierta en
mitad de mi camino. Sin embargo, los sueños sí. Respecto a ellos soy fatalista,
les otorgo un poder predictivo inapelable. Por eso sonreí, aliviada por nuestra
suerte, cuando recordé al árbol oponiéndose de pie frente a lo que aquello
fuera. Peste, asesinatos en masa, bomba química, lava. Algún infierno, de los
muchos que hay.
