Cuando la Pacha observa que los procesos de fusión se retiran a la masa más íntima de la roca, comienza a danzar. De su baile surge el agua y el polvo se hace vida. Estallan aromas, colores. La vida se inflama generando más de sí misma. Un más que desde el origen contiene al aullido del lobo, al bosque, a los triángulos isósceles, a las pirámides de Giza, al reptar lento y voluptuoso, al vuelo, a los picos cordilleranos, a las fosas marinas —cada cual con su sirena—, a las cosas que resultan útiles de innumerables modos, a los sueños imposibles, a los soñadores.
Lectora, lector, su conclusión es justa: a Ella debemos ese soplo sagrado del espíritu que, haciéndolo todo, nos hizo.