El perro corre hacia la calle, aúlla y renguea.
A no dudar, su hermano ha vuelto a rebenquearlo sin motivo. Unos momentos
después, la tía de ambos grita y zamarrea al muchacho. Mientras este pequeño
drama familiar se repite por enésima vez, meses de sequía e incendios comienzan
a enturbiar el cielo con jirones de polvo y ceniza. En unos minutos el aire se
volverá irrespirable en el mínimo patio donde la niña, con una decisión que
linda la terquedad, dibuja las últimas letras que le ha enseñado la maestra.
Con una decisión que es también esmero, diligencia, esperanza. Sobre todo
esperanza. Se necesita mucho de ella para poner tanta fe en las pocas palabras
que ya puede escribir. Para, en medio de esta tormenta de viento y pobreza,
ponerse feliz por todas las palabras que escribirá algún día.
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